Si educar es ayudar a crecer y las emociones son información de la interioridad y complejidad de una persona que generan tendencias diversas según cómo se interpreten, la educación emocional solo puede entenderse como un proceso que parte de la realidad emocional propia para favorecer el conocimiento y el crecimiento personal. Por eso, en el programa UpToYou la educación emocional se concreta en dos pasos: primero partimos de la realidad emocional para poder conocer en qué situación personal se encuentra uno; y segundo, enfrentamos a la persona con el dilema del crecimiento, sabiendo que tiene que responder a la pregunta de qué tipo de persona quiere ser, y le damos herramientas para la toma de decisiones desde su interioridad.
El primer paso podemos llamarlo conocimiento del estado vital personal, y el segundo, maximización de tendencias. Pero no es conveniente pasar a la maximización de la tendencia mientras no se haya sacado toda la información del sentimiento. Por ejemplo, si al joven que dice odiar a su padre le preguntamos qué quiere hacer, podrá contestar: “Pegarle”. Pero si le hacemos la misma pregunta cuando ha descubierto que no es a su padre a quien odia, sino a la situación de frustración que vive -pues lo que odia en verdad es la situación de querer tener una buena relación y no poder-, entonces posiblemente responda que no sabe qué hacer.
Maximizar la tendencia es ayudar a descubrir los mínimos rastros de humanidad presentes en cada situación emocional. Siempre hay algo que rescatar. Podríamos decir que ningún sentimiento está equivocado; no puede equivocarse porque es el resultado de algo que le precede. Y en eso que le precede está también la intimidad y los mejores deseos que viven en nuestro interior, aunque lo hagan en convivencia con las tendencias y deseos más torcidos o perversos del ser humano. Es esencial esforzarse por encontrar esos rastros de humanidad que perviven en toda persona, por horribles que hayan sido sus acciones.
Ser mejor persona es perfeccionar y enriquecer nuestras relaciones personales.
Conocemos dialogando con la persona y contextualizando lo ocurrido en la complejidad de la vida de una persona. Pero, ¿cómo podemos maximizar las tendencias? Maximizar una tendencia solo puede hacerse poniendo esa tendencia en relación con toda la complejidad de su vida y de sus relaciones interpersonales. En esa complejidad ya conocida, la persona decidirá quién quiere ser y cómo quiere vivir en sus relaciones con los demás. Debido a que todas las personas estamos relacionadas desde nuestro interior (el ser humano no puede tener relaciones meramente superficiales con otro ser humano), el crecimiento personal y el crecimiento de nuestras relaciones interpersonales coinciden. Ser mejor persona es perfeccionar y enriquecer nuestras relaciones personales.
Las emociones nos condicionan pero no nos determinan
Entendemos las emociones como informaciones que hablan de nuestra propia complejidad. Por eso no entendemos que las emociones sean como agentes que dirigen nuestra vida, como un doble-yo en nuestro interior que nos lleva a comportamientos más o menos deseados; consideramos que las emociones que una persona vive no solo ocurren en ella, sino que además hablan de ella. Por consiguiente, las emociones nos condicionan pero no nos determinan. Su efecto dependerá de cómo se ha descodificado la información que contienen.
Si las emociones son información, lo que no corresponde hacer en ningún momento es controlarlas o regularlas. La información se conoce, se estudia… pero no se regula. Con la emoción en sí misma no hay que hacer nada. Tampoco corresponde juzgarla de positiva o negativa. En ese sentido, en UpToYou se suspende el juicio. Siguiendo el ejemplo de la camisa al revés, así como ni la camisa, ni la persona son feas, el sentimiento tampoco es negativo. Podrá ser agradable o desagradable, pero no positivo o negativo. Lo positivo y negativo hacen referencia al crecimiento y son términos morales. Alegrarse por el daño que otro vive difícilmente podrá ser calificado de positivo, aunque la alegría sea agradable.
Regular las emociones es perder una valiosa oportunidad de conocimiento y crecimiento personal.Regular o controlar la emoción introduce literalmente en la locura -loco es quien no contacta con la realidad-. Si, gracias al sentimiento podemos acceder al conocimiento de la realidad vital personal, entonces, al deformar el sentimiento, lo que se está haciendo es cerrar la posibilidad de acceso a la realidad personal… y se cae en un mundo imaginario irreal.
Al poner el foco en el crecimiento, pensamos que el objetivo de la maduración emocional debe ser la adquisición de hábitos, pues ellos están en orden a este crecimiento. El concepto de hábito necesita ser explicado, ya que de forma ordinaria se tienen por sinónimos los términos “hábito” y “rutina”. Pero no nos referimos a eso. Entendemos que el hábito es un acto cognitivo de gran relevancia y propio de la persona adulta, que introduce a la persona en un crecimiento siempre abierto. Los procesos neuropsicológicos que llevan a la adquisición de hábitos se desarrollan en la adolescencia. Si el hábito no es cognitivo (es decir, no requiere de una elaboración interior de la persona, por lo que no se conocen las causas ni el objetivo del mismo), quedará en mera rutina (comportamiento repetido cuasi-maquinalmente) y las rutinas de comportamientos estarán asociadas al contexto donde se aprendieron, lo que implica que en otro contexto es probable que no se desarrolle. Si un programa de educación emocional no desarrolla estos hábitos cognitivos (la persona elabora interiormente ese acto y comprende sus causas y objetivos), tendrá que ser consciente de que lo que aprendan las personas quedará ligado al momento de la reunión o a la clase y no alcanzará su vida diaria.
El hábito cognitivo garantiza que el pensamiento es poseído ciertamente por la persona, y no simplemente que se dé en ella. Es decir, educar en rutinas plantea a la larga un problema serio: el llamado fenómeno de la “transferencia”. La ausencia de transferencia ocurre, por ejemplo, cuando los alumnos aprenden operaciones matemáticas de rutina sin un ejercicio cognitivo, por lo que nunca llega a ser un hábito propiamente dicho y, por tanto, al cambiar de asignatura o incluso de evaluación, no saben aplicarlo. Estos hábitos cognitivos se alcanzan gracias a la actividad interior del alumno, despertada por las actividades y, sobre todo, por los diálogos del educador. Las rutinas de pensamiento, el pensamiento visible y la metacognición pueden ayudar a ello, pero ayuda principalmente el generar pensamiento con preguntas. No se trata de que el profesor añada su reflexión, sino que, con sus preguntas y diálogos, enfrente al joven con la realidad que está estudiando (matemáticas, lenguaje, su propia vida y sus relaciones).
Si este proceso madurativo se hace en un medio estresante, propio del abandono de la seguridad familiar o de entrar en una nueva sociedad, deberemos tratar cómo nos situamos ante el estrés. Este estrés es vivido por todas las personas al crecer, sin considerar los acontecimientos dolorosos añadidos que viven algunos de los niños, jóvenes o adultos.
Y un aspecto estresante propio de la maduración adolescente es la frustración debida, por ejemplo, a que el joven descubre que sus padres no son lo que esperaba, o a que descubre las limitaciones y pobreza de sus padres. Esta frustración se prolonga a los amigos y a él mismo, pues ni los compañeros son lo que esperaba ni él mismo es lo que esperaba o pensaba. La frustración, de forma general y en esa edad, tiene una mayor referencia al quebranto del mundo de expectativas que vive el joven y una menor referencia al acontecimiento en sí. La frustración así entendida es lo mismo que la crisis, en la que descubre que esa forma de vivir ya no tiene sentido y que hace falta dar un paso adelante. Por eso, la frustración y la crisis son necesarias, pues remiten a la necesidad de crecimiento: la situación antes vivida era suficiente, pero ahora ya “necesito algo más”. Así, la interpretación que el joven realiza de la realidad es fundamental. Preguntarle al joven cómo interpreta la realidad, por qué lo hace así y si tal vez habría otra forma de interpretarla, ayuda a que el joven pueda hacer valoraciones más globales y certeras.
Otra dimensión del estrés es el reto que plantea el sentirse exigido. Este estrés es necesario también para el crecimiento. Hay que hacerle ver al niño, al joven e incluso al adulto que esta exigencia de crecimiento se la pone la misma vida. La vida le urge al joven a que decida cómo se va a situar él en la vida. Interesa resituar todos los acontecimientos en esta dimensión de carácter existencial. Por ejemplo, un problema de una discusión con amigos no es solo un problema sobre un tema concreto, sino que también es una oportunidad para que el joven piense cómo quiere que sean sus relaciones de amistad. Hay que ayudar a los jóvenes a trascender los acontecimientos concretos y ayudarles a ver que en cada decisión que toman, están haciendo mucho más que resolver un problema concreto; están decidiendo qué tipo de persona quieren ser.
En este sentido, la persona necesita encontrar una motivación endógena para encontrar estabilidad personal. La motivación endógena se contrapone a la exógena. En la exógena la persona es dirigida por lo que ocurre fuera de ella. Es el esquema propio del premio y del castigo. En la motivación endógena es la persona la que se dirige a sí misma, pues ella posee el «locus de control»: sabe que es autora de sus propias acciones. Pero para ello, la persona no solo necesita encontrar un motivo para hacer las cosas, sino que necesita encontrar un motivo para su crecimiento personal. La verdadera motivación no puede ser simplemente el desarrollo de ciertas habilidades o competencias, sino el deseo de ser plenamente quien ya soy. La motivación así entendida está ligada al posicionamiento existencial, a la forma de posicionarse en este mundo y de actuar conforme a esa posición, pues desde él se ordenan todos los valores de esta vida. El posicionamiento existencial es la actitud y la decisión por la cual se asume toda la propia realidad personal e histórica y la persona se sitúa en este mundo con una orientación básica, una forma de ser y existir. Esto supera cualquier meta, por grande que sea (estudios o trabajo), y se centra en una forma de vivir. Como el buen marinero, con una meta vital (quién quiero ser, cómo quiero vivir y relacionarme) y con el timón de las propias decisiones, aprovechando los vientos y las mareas que aparezcan para conocerse y crecer.
Aprovechar esos vientos y mareas de la vida supone procesos diversos que ayudan a la persona a crecer y responder a la pregunta de quién soy y quién quiero ser en mis relaciones con los demás. Procesos como el autocontrol, la resignificación, la planificación o la resiliencia ayudarán a la persona a vivir en clave identitaria e interpersonal, aunque no los entenderemos como objetivos de la intervención en educación emocional, sino como indicadores de un adecuado crecimiento.
Por ejemplo, sobre el autocontrol, observamos que la EE es mucho más que tener herramientas para casos de urgencia que solo buscan no estropear en un breve momento el camino de maduración que se está recorriendo (con una mala palabra o gesto). Incluso se sabe que la mejor forma de favorecer el autocontrol no es con técnicas, sino favoreciendo el crecimiento global de la persona, que no comienza con ninguna decisión, sino con un camino de conocimiento personal. Este conocimiento de uno mismo aporta a la persona libertad a la hora de actuar.
También la cognición emocional se da en relación a la resignificación o reevaluación cognitiva, ya que al conocer lo que pasó siempre se produce una reevaluación de las experiencias pasadas desde la perspectiva actual y en orden al crecimiento. En efecto, interpreto el pasado desde mi situación presente y también en relación a qué tipo de persona quiero ser.
En la toma de decisiones entendemos que un conocido “para, piensa, actúa” simplifica la realidad de la persona y no tiene en cuenta muchos factores personales que intervienen en este proceso. Un mero estudio de soluciones o un ejercicio de autocontrol garantizaría que las personas siempre tomen las decisiones adecuadas en el momento oportuno… pero la experiencia nos dice que no ocurre así. ¿Por qué? Porque la toma de decisiones es una cuestión personal, no meramente técnica. Y por ello en UpToYou antes de lanzar a la persona a tomar decisiones, le animamos a conocer su situación, ponerla en el contexto de su complejidad, de sus tendencias personales, su historia, sus expectativas, etc. Y cuando ha conocido esa situación, se le invita a hacer presente su posicionamiento existencial, lo que quiere y hablar de lo mejor de sí misma, es decir, los buenos motivos por los que quiere realizar una acción. Con este objetivo vital, que trasciende una acción concreta, la persona puede tomar decisiones sabiendo que cuando decide hacer algo, está decidiendo implícitamente el tipo de persona que quiere ser, cómo quiere vivir y relacionarse con los demás.
Otro proceso al que prestamos atención en UpToYou es la resiliencia, que permite integrar todo lo anterior en el medio estresante. Los estudios de resiliencia (la capacidad de recuperación ante un evento estresante que nos ha superado) muestran que la mejor forma de intervenir es la prevención. También muestran que un denominador común de los mayores factores protectivos de la resiliencia es la calidad de las relaciones personales. Cuidar las relaciones personales para que sean de calidad es la mejor manera de asegurar la resiliencia. Por eso es especialmente necesario repasar la calidad de las relaciones familiares y de amistad y poder intervenir sobre ellas para mejorarlas.
Las bases de las relaciones personales se construyen en la infancia y niñez de la persona. En ocasiones no han sido bien vividas, y entonces es necesario pararse e ir hacia atrás y curar (re-evaluar) lo vivido para que exista un futuro de crecimiento. Y el mayor signo de salud personal es la bendición o la acción de gracias. Por el agradecimiento se les da orden, coherencia y un significado a todos los acontecimientos y relaciones vividas. Así, entendemos la resiliencia como la capacidad creativa de la persona para usar hasta las experiencias más dolorosas en oportunidad de crecimiento personal y de mejora de las relaciones interpersonales.
Obviamente, esto no es tarea de un par de actividades, charlas o experiencias, sino que requiere mucho más. Proponemos una educación a largo plazo, desde la interioridad, que respete los procesos y ritmos personales y ayude a las personas a unificar su vida, a agradecer por lo vivido, a atender, aceptar y sanar heridas y a que puedan ser una oportunidad para crecer. Para crecer juntos.