Aprender a interpretar la muerte | José Víctor Orón

Hay un tema que necesitamos abordar, aunque sea complejo y no sorprenda que a menudo se tienda a pasarlo por alto. Sin embargo, en cualquier propuesta educativa, considero que es esencial enfrentar estos asuntos. Me refiero al tema de la muerte. Es evidente que es un tema tan personal y delicado que no es apropiado que este artículo se convierta en un análisis exhaustivo que pretenda abarcar todos los aspectos de la muerte. Eso no sería respetuoso con las personas que deben enfrentar situaciones relacionadas con la muerte, ya que cualquier explicación resulta insuficiente al intentar definir qué es la muerte.

El propósito es diferente. Pretendo abrir un espacio de reflexión que pueda ayudarnos a abordar este evento complejo, personal y difícil desde una nueva perspectiva. En AeC Proyecto UPTOYOU seguimos un enfoque sencillo basado en dos referencias clave: las relaciones interpersonales y la transformación del mundo o la realidad en la que vivimos. Puede parecer extraño preguntarse cómo podemos transformar algo tan inmutable como la muerte, pero pronto veremos que tiene sentido. En este artículo, analizaremos la primera referencia: las relaciones interpersonales.Independientemente de cómo entendamos la muerte o nuestras experiencias personales con ella, todos compartimos la idea de que la muerte representa una ruptura. Es una interrupción completa de la inercia. Sin embargo, debemos reflexionar sobre qué se rompe, ya que si consideramos que la muerte rompe las relaciones interpersonales, entonces la muerte se convierte en la palabra final y en algo catastrófico. En AeC creemos que la muerte no rompe la relación en sí, sino la forma en que nos relacionamos. Durante nuestra vida en la Tierra, estamos acostumbrados a una forma particular de interactuar: hablar, escuchar, abrazarnos, pero nada de eso es posible una vez que ocurre la muerte. En AeC seguimos otro lema importante: “La persona siempre es más”. Esto significa que una persona es más que sus capacidades, acciones o incluso su vida y eventos pasados.

En otras palabras, si tienes un ser querido fallecido, como tu padre, hijo, hermano o hermana, no debemos considerarlos como “el difunto”, porque la persona es mucho más que ese acontecimiento. La muerte rompe la forma en que nos relacionamos, pero no la relación en sí. Para explicarlo de manera sencilla, piensa en alguien que ha conducido un automóvil durante décadas, pero de repente le dicen que el pedal del acelerador ahora es el freno y viceversa. Aunque aún puede conducir, se siente torpe y confundido, ya que la forma de hacerlo ha cambiado. Lo mismo sucede cuando perdemos a un ser querido: la muerte rompe nuestra forma habitual de relacionarnos con ellos, pero la persona sigue siendo mucho más que el hecho de haber fallecido.

La muerte tiene cierto poder y nos obliga a adaptarnos, pero hay algo que la muerte no puede hacer: no puede evitar que nos relacionemos con el otro. Sin embargo, puede limitar la forma en que lo hacemos. Debemos encontrar nuevas formas de mantener esa relación.

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