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Llegan las deseadas vacaciones y con ellas el caos

Los días se vuelven más largos, el calor pide a gritos un chapuzón en la piscina y una cerveza bien fría. El curso ha llegado a su fin. Lo que para algunos es una oportunidad única para desconectar del trabajo, dejar el reloj y disfrutar de la familia y amigos, se convierte, para otros, en una lucha titánica por conciliar y no morir en el intento.

Además, tal y como recuerda Save the Children, el 34% de las familias españolas carece de recursos para invertir en vacaciones o para llevar a sus niños a los campamentos. Lo que imposibilita el descanso y puede convertir el verano en un rompecabezas imposible capaz de sacar hasta lo peor de uno mismo. Todo ello sumado a la dificultad de atender trabajo y familia, hace que muchos padres afronten esta etapa con más estrés incluso que el propio curso. 

Desde Acompañando queremos reflexionar sobre los retos que plantean estos meses y dar un poco de luz para descubrir, que incluso estas circunstancias que me desbordan y me estresan, pueden ser un trampolín de crecimiento. Aunque parezca una tarea imposible, ¡se puede! ¿Cómo? Aprovechando lo que vamos a vivir, por pequeño que parezca, para hacernos preguntas que nos ayuden a conocernos mejor, a acoger a los demás y faciliten la toma de decisiones más libre y consciente y nos lleven a acercarnos a nuestros hijos mejorando nuestra relación con ellos.

¿CUANDO LA RUTINA NO AYUDA?

Si bien son muchas las situaciones que viviremos, vamos a centrarnos en algunos temas que estarán  presentes en la mayoría de los hogares y que merece la pena cuestionarse. Hablamos de las rutinas, pues una cosa parece segura: la ausencia de clases rompe con lo establecido  y requiere de una nueva organización. 

Establecer rutinas es el procedimiento más utilizado para conseguir que los niños hagan lo que tienen que hacer. Pensamos, que establecerlas da seguridad a los niños, pero, SOBRE TODO, no nos engañemos, a quienes da seguridad es a nosotros mismos. Pues necesitamos controlar lo que hacen o dejan de hacer. Y sí, puede parecer, que a base de repetir y repetir y repetir, los niños acaban interiorizando comportamientos, pero de lo que no nos damos cuenta es que, actuando así, estamos decidiendo por ellos y tratandoles como animales de circo. Allí, los domadores consiguen a base de la continua repetición que el león pase por el aro, consiguiendo el deseado premio: en su caso el filete. 

Como padres, olvidamos que nuestra labor es que los hijos aprendan y puedan decidir hacer las cosas con libertad y responsabilidad descubriendo el bien que hay en ellas y no terminar haciendo lo que el adulto cree que debe hacer. A esto algunos lo llaman AUTORIDAD. Nada más lejos, este tipo de proceder se parece más a la obediencia ciega que a otra cosa. La misma que se promueve en el ejército, dónde se espera que el soldado ejecute acciones sin pensar en aras de su propia supervivencia. El capitán, aplica el ordeno y mando ejerciendo su poder y al soldado sólo le queda acatar la orden. Cuando hablamos de educar no es raro confundir poder y autoridad. Ese “lo haces porque yo lo digo, que soy tu madre” es una manera de ejercer el poder y nada tiene que ver con educar. La autoridad, en cambio, te la tienen que conceder.

Si actuamos así, no podemos sorprendernos cuando nuestros adolescentes se comporten con rebeldía, pues han aprendido muy bien que el mayor manda. Pero ¡ojo! Ahora el mayor es él.

Para conocer por qué actuamos así, es necesario reflexionar, sin juzgar,  sobre la intención que hay detrás de nuestros actos y decisiones. ¿Por qué hacemos las cosas?, ¿por qué educamos así? ¿Cómo me influye el estilo educativo que he recibido? 

Tal vez descubramos que necesitamos todas estas herramientas para sentirnos seguros, o quizá evidenciemos la educación como una amenaza: “Ya ha vuelto a manchar el mantel, y otra vez lo tengo que lavar”. O puede que lo que busquemos sea estar tranquilos y evitar el conflicto. En este caso el éxito educativo sería directamente proporcional a un menor número de problemas. Pero, ¿es realmente así?, ¿que significa una vida plena?, ¿la ausencia de problemas dónde reine la tranquilidad y esté todo bajo control?

Esto parece más bien una utopía, un ideal difícilmente alcanzable. Un deseo maravilloso que no tiene ni un ápice de realidad. Por ello, durante estos meses de aparente caos y dónde la convivencia puede costar más, desde UPTOYOU, queremos proponer otro modo de educar. De este modo, el verano puede ser ocasión de crecer, de ayudar a crecer a los nuestros y de crecer también juntos. ¿Cómo? Siendo muy realistas y acogiendo lo que nos toca vivir y no lo que desearíamos vivir. 

¿PADRES PERFECTOS? MEJOR CONCIENTES Y CON DEFECTOS

Tener como meta una vida ideal puede llevarnos a vivir fuera de la realidad y experimentar una continua frustración, al descubrir que no somos capaces de cumplir con nuestras expectativas. Por ello, te animo a que te detengas estas semanas a pensar ¿quién quieres ser? ¿el padre o madre ideal o la madre de tu hijo? O el padre real. Vivir CON mis hijos, y no a pesar de ellos, lo que cada día nos brinde está al alcance de todos. Esta forma de vivir, de educar puede transformar tu vida, pues ayuda adquirir una mirada nueva ante todo lo ordinario, desagradable o poco glamuroso. 

De esta manera dejaremos de ser domadores de circo para descubrir que quien educa necesita replantearse algunas formas que ha ido interiorizando pero que, probablemente, no están ayudando.

Como padres tenemos que plantearnos cómo vivimos y cómo queremos vivir. Así seremos más conscientes, por ejemplo, de si en casa recurrimos a las rutinas en  “modo domador” dificultando que los hijos sean autores de su vida y se responsabilicen de sus acciones; si educamos con el “ordeno y mando” para conseguir que mis hijos hagan lo que quiero; o que si cansados o por evitar los conflictos desagradables damos rienda suelta al “todo vale” en aras de conseguir la propia paz.

Si descubrimos en nosotros un estilo que no nos gusta, no hay que desanimarse. Todos, padres e hijos, sabemos que lo que nos mueve es buscar el encuentro con el otro. Tu con tu hijo, tu hijo contigo. Promover tiempos para encontrarnos en el día a día sin salirse de lo que nos toca vivir nos ayuda a crecer. Nos dispone a actuar buscando el bien del otro, para aprender a vivir mejor juntos. Hace que crezcamos como padres pero que también crezcan nuestros hijos y que juntos crezcamos también. Aunque metamos muchas veces la pata.

El verano puede ser “Más lavadoras, más horas en la cocina, más ceder, más compartir y también más rozar” pero también podemos convertirlo en ocasión de crecer juntos. Un tiempo para redescubrir que nuestra vida real es más plena en la medida que me acerca a mi hijo, a mi cónyuge o a mis seres queridos. Cobra sentido y es “perfecta” cuando nos miramos sin prisas, escuchamos con atención, acogemos sin juzgar porque, en definitiva, ¿qué padre o madre no quiere ser el padre que su hijo necesita? Así sí podremos decir, aunque sea con la boca pequeña, ¡Bienvenido verano y por qué no bienvenido el caos!

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