Todo premio y castigo puede comprenderse y justificarse; otra cosa es que esa comprensión y justificación sólo sirvan para tranquilizar la conciencia de los padres y no para ayudar a crecer a los hijos.
A veces, los padres me preguntan qué pueden hacer para motivar a su hijo. Cuando les pido que me expliquen la pregunta y les escucho con atención, usualmente, aunque no siempre, descubro que la verdadera pregunta no se refiere a la motivación sino a qué hacer para que el otro haga lo que yo quiero y, además, me sonría.
Eso se llama manipulación. ¿Qué buscas, que tu hijo se comporte como a ti te gusta o que él o ella sea el verdadero autor de su vida? Estaría bien que educáramos sabiendo que, probablemente, nosotros nos moriremos antes que nuestros hijos y, si les hemos tenido siempre atados, ¿qué pasará entonces?
Lo que se premia y castiga son comportamientos. Además, son los comportamientos que los padres han valorado como deseables o no deseables. Haciéndolo de esta forma, les están diciendo a sus hijos que lo que les importa es su comportamiento y no ellos como personas; además de estar reduciendo la acción a un mero comportamiento.
Actuar es mucho más que comportarse. Actuar implica muchas cosas, como pensamientos, memoria, imaginación, sentimientos, voluntad…
Por otro lado, actuar requiere también responder a cuestiones mucho más profundas como: ¿quién quiero ser al hacer lo que hago? ¿Confío en los demás o aseguro mi proyecto? ¿Cómo quiero situarme y entenderme frente a este mundo? Cuando nos centramos en el comportamiento, lo que ocurre es que estamos sesgando el acto humano y lo cuasi-animalizamos. Pero, además, lo que ocurre con el premio y el castigo es que el tiro nos sale por la culata, pues acabamos consiguiendo justo lo contrario de lo que queremos evitar. Imagina que le dices a tu hijo: “Si sacas el curso, te compro una bici”. Cuando se hace eso, la intención es la de sumarle “valor” al estudio para que así resulte más atractivo. Pero, en verdad, lo que ocurre es que el niño descubre, confirmado por la opinión del padre, que estudiar no tiene ningún interés, y que por eso hace falta reforzarlo. Es decir, en lugar de incrementar el valor potencial del estudio, se le quita el poco valor que el estudio tenía para el niño. Además, se está ignorando que una bici no suma valor, sino utilidad. Por eso, para el próximo curso, tu hijo te pedirá algo distinto o de más utilidad. Y el tiro saldrá por la culata. Imagina que le dices: “Por haber hecho eso, te quito el juego”. En estos casos, la intención es que el niño descubra que cierta acción es problemática. Eso funciona muy bien con los animales. Sin embargo, el niño descubre que, de su acción, no se deduce el castigo de forma natural, sino que el castigo existe porque hay un castigador. Por tanto, el niño aprende a ir contra el castigador, a evitarle, sin hacer ninguna reflexión sobre la acción problemática. Y el tiro saldrá por la culata.
Hoy en día, se consideran feos ciertos premios y castigos. Sin embargo, está recomendado el refuerzo positivo, que consiste en decirle al niño: “bien hecho”. Con semejante comportamiento, se están haciendo grandes chapuzas. Por un lado, el niño aprende que su valor como persona depende de sus comportamientos; por otro, se le hace dependiente de la recompensa social, pues ahora, cual drogadicto, se acercará al adulto reclamando su dosis de aceptación social. Además, el refuerzo positivo podría ser llamado también “amenaza de un castigo negativo”, ya que todo refuerzo positivo se convierte en amenaza: si el niño no hace lo que se espera que haga, se le privará de su dosis de recompensa. Con dicho refuerzo, en lugar de conseguir gente energizada que se lance a actuar en la vida, resulta que hacemos personas dependientes de los demás. Y el tiro saldrá por la culata. Otra cosa bien vista hoy en día es poner límites. Se dice, para tranquilizar la conciencia de los padres, que “el niño necesita límites”, lo cual es mentira. Poner límites es decir no a algo y ningún “no” se justifica a sí mismo. Es como si un hombre se acercara a una mujer y le dijera: “Mira, como no quiero casarme con Margarita, me caso contigo”. Espero que esa mujer le mande a paseo. Si se ha dicho un “sí”, entonces se justifica que se diga un “no”, pero un “no” nunca se justifica a sí mismo. Poner límites a una persona es como rodearla, acorralarla, pues se le dice “esto no” y “esto otro tampoco”. Cuando a una persona se le rodea, solo le queda una escapatoria y es la de ir contra el que le ha acorralado. Y el tiro saldrá por la culata.
En lugar de poner límites a los comportamientos, lo que hace falta es que las normas que existan sirvan para el encuentro interpersonal.
Las normas nos ayudan a interactuar. Respetar una norma tiene sentido porque ayuda a que juntos hagamos algo bueno. Quitemos límites y pongamos normas que ayuden a hacer cosas buenas juntos.
Alternativas a los premios y castigos
Si no sabemos generar alternativas al premio y al castigo, es porque estamos realmente incrustados en una educación basada en premios y castigos. Da pena, pero, ánimo, existe alternativa, aunque no te voy a engañar: la alternativa pasa por confiar en el otro y no se centra en asegurar comportamientos. La alternativa es bien sencilla: si el premio y castigo surgen, o bien porque se desvalorizan ciertas acciones, o bien porque no se descubre lo problemático de otras, entonces solo hay que examinar por qué han perdido valor las primeras y por qué no se ve lo problemático de las segundas. Una acción tiene valor cuando es una oportunidad de encuentro interpersonal y una acción es problemática cuando implica una ruptura o distancia interpersonal. En lugar de premiar con la bici, convierte el estudio de tu hijo en una oportunidad de encuentro con él o ella. Comparte tu vida con él. Ayúdale a utilizar ese estudio para conocerse a sí mismo y tomar decisiones. En lugar de castigarle quitándole el juego, convierte las acciones problemáticas en una ocasión para analizar los criterios de acción. No le hagas ver tus criterios; ayúdale a descubrir por sí mismo criterios de acción que le ayuden a buscar el encuentro con los demás. Por otro lado, al rechazar el refuerzo positivo, no se está diciendo que no se muestre alegría por los avances del hijo, o malestar o dolor por ciertos comportamientos. Mostrar alegría o enfado puede ser estupendo, siempre que no se generen dependencias afectivas ni se introduzca miedo a un rechazo social. Se trata de una alegría por la vida compartida, una alegría que no se le quita al niño cuando este no se comporta como el educador desea; y un enfado que muestre el dolor por la distancia, pero que no genere distancia. Pero aún falta lo más difícil. Los educadores no seremos capaces de generar alternativas al premio y al castigo mientras no nos reconciliemos agradecidamente con las personas que nos premiaron y castigaron a nosotros.
De lo contrario, seguiremos premiando y castigando, porque nuestra historia pesa sobre nosotros. Vale la pena hacer ese recorrido porque esa será la forma de encontrar alternativas: frente al premio, mostrar el valor de las acciones; frente a los castigos, aprender a formar criterios; frente al refuerzo positivo, una alegría mantenida y un dolor que no genere distancia; frente a los límites, normas que ayuden a interactuar.
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José Víctor Orón. Director Fundación UpToYou