Parece que del amor ya está todo dicho, que una cosa son las teorías y otra, la práctica. Estamos hiperconectados, pero a la vez, más solos que nunca.
El último estudio de Infobae, publicado por la agencia EFE hace unos días, señala que apenas cuatro de cada diez jóvenes de entre 30 y 34 años viven en pareja, una cifra muy distinta a la de 1970, cuando el 85 % de las mujeres y el 81 % de los varones en esa franja de edad vivían en pareja. Según el estudio, se trata de los datos más bajos del último medio siglo, reflejo de dificultades económicas y laborales, pero también de desafíos personales: convivir, comprometernos, afrontar frustraciones y sufrimientos.
Hoy, desde Acompañando el Crecimiento, queremos plantear una reflexión sobre qué significa amar de una forma que nos ayude y nos humanice, tanto para quien ama como para quien no, para quien es amado y para quien se siente solo.
Los niños nos enseñan sobre el amor
Los niños pueden enseñarnos mucho sobre el amor. La semana pasada, unos profesores de 2º de Primaria compartieron su experiencia con una actividad de los libros de tutoría grupal de Acompañando el Crecimiento. Entre los niños surgieron preguntas como ¿de dónde ha salido el cuerpo que tienes? ¿Quién hace que tengas ropa para vestirte? Cuando estás enfermo, ¿quién va a la farmacia? ¿Quién te ayuda en las cosas difíciles que tienes que hacer? ¿Quién hace que estés vivo? Las respuestas fueron sencillas: papá, mamá, Dios… No parecía un gran descubrimiento, pero cuando siguieron preguntando por qué esas personas hacen todo eso, llegaron a una conclusión clara: porque nos quieren, nos ayudan, nos escuchan e incluso dan la vida.
Cuando uno ama, se entrega, y cuando uno es amado, recibe el regalo del otro. Sin embargo, ir descubriendo todos estos matices en la propia vida es un camino largo, rico y complejo, en el que se combinan experiencias gratas con tristeza, dolor y exigencias.
¿Cómo estamos amando?
A partir de aquí, los niños nos llevan a preguntarnos cómo amamos a los demás. Si me entrego con cariño, maravilloso, pero ¿y si lo hago sin cariño, solo porque no me queda otra opción que cuidar a mi padre anciano? ¿Cómo lo estoy amando? Pensemos en otros escenarios. Si me reservo todo mi tiempo solo para mí y mis proyectos, sin dedicar un solo minuto a algo gratuito por otro, ¿cómo influye en mi vida? ¿Realmente puedo decir que amo a alguien si no me entrego? No se trata de juzgar nuestras respuestas, sino de ser conscientes de que siempre estamos creciendo, tanto cuando acertamos como cuando nos equivocamos.
No vivimos solos
Los niños también nos recuerdan que no vivimos solos. En medio de una cultura de autosuficiencia, es fácil perder de vista que no todo lo que tenemos nos lo hemos dado a nosotros mismos. Otros han cuidado de nosotros, y seguramente hay alguien que, aunque sea con un pequeño gesto, nos tiene presentes. Hoy es un buen día para recordar qué regalos hemos recibido y seguimos recibiendo.
La clase continuó y los niños se preguntaron qué pasaba con ellos, a quién querían, cómo podían cuidar de esas personas, cómo ayudarles, escucharles, entregarse. La dinámica del regalo consiste en dar aquello que hemos recibido, y al hacerlo, el regalo crece, se expande, cobra más sentido. Guardarlo solo para uno mismo lo empobrece. En las experiencias cotidianas se evidencia el amor hacia los demás y se hace realidad en el día a día.
El amor se demuestra con hechos
Vivimos en una sociedad anestesiada ante mensajes románticos, idealistas o moralistas, pero la mejor forma de demostrar amor no es con palabras, sino con hechos. Lope de Vega lo resumía bien: “Obras son amores, y no buenas razones”. Hoy, desde Acompañando el Crecimiento, te proponemos un reto: hablar con tu pareja, tu familia o una persona querida sobre quién nos cuida y a quién cuidamos. Porque hay formas de cuidar que ayudan a los demás y otras que no tanto. Puede que el otro no se sienta querido o que a mí me esté agotando, hay muchas razones, pero lo importante es abrir un espacio de conversación.
No hace falta que sea con corazones y velas, puede ser con un café, una cerveza, en medio de la rutina, llevando a los niños a la extraescolar. Porque el amor se vive en lo cotidiano, cuando me siento a jugar con los niños, cuando me intereso por lo que preocupa a alguien, cuando comparto mi interioridad, incluso cuando hago la compra. Todo puede ser una experiencia rutinaria y sin sentido, o una oportunidad de encuentro. ¿Tiene sentido decir que estoy amando al poner la lavadora o al corregir exámenes? Sí, porque el crecimiento y el encuentro no ocurren solo en momentos especiales, sino en lo cotidiano. Es ahí donde podemos descubrir cómo estamos amando, cómo nos sentimos amados y cómo mejorar nuestras relaciones.